Un “yo” más amplio, un “yo” más libre

Cuando nacemos somos completamente vulnerables, dependemos de otros para alimentarnos, vestirnos, protegernos, educarnos. Cuando somos bien tratados y cuidados, rebosamos de amor. Pero la realidad normalmente no responde a un ideal y tenemos que adaptarnos a las circunstancias que nos toca vivir.

Nacemos en una familia concreta, con sus propios desafíos, en una cultura particular. Al empezar a crecer, es importante que sepamos cuanto antes “qué tipo de persona deberíamos ser “, para así poder comportarnos de manera que nos sintamos a salvo, amados y seguros en el entorno en el que estamos. Esta necesidad de proteger nuestro más precioso tesoro, nuestra vulnerabilidad básica, provoca el desarrollo de nuestra personalidad.

Así hemos sobrevivido todos.

Todos  nos reconocemos en unos modos de ser y nos sorprendemos cuando actuamos o pensamos de otro modo. Esta personalidad es necesaria y muy práctica para funcionar y vivir en el mundo. Pero, creer que sólo somos eso e identificarnos de forma rígida con ella, nos priva de todo contacto con nuestra esencia y nuestro instinto. Nos deja sin libertad.

La personalidad (del Latín “persona” ,que significa máscara) es tan solo la máscara que lleva nuestro ser vulnerable. No se trata de algo malo ni bueno, es simplemente la forma en que vivimos. Podríamos llamarlo ego, aquello que identifico como “yo”.

La personalidad o “yo”, lejos de ser una entidad única y sólida está formada de muchos subpersonalidades o pequeños “yoes”. Patrones energéticos en los que nos transformamos según sea la ocasión, como si fueran trajes que nos ponemos. Todos tenemos a nuestra disposición una enorme gama de subpersonalidades (como las denominaban los creadores del “dialogo de voces”, Hal y Sidra Stone ).

Estas “voces” o subpersonalidades que nos conforman son de todo tipo: el controlador, el perfeccionista, el comparador, el complaciente, el espiritual, el racional, el niño herido, la diosa, el violento, el crítico, etc. Es como si tuviéramos un armario lleno de trajes y modelitos distintos para montones de ocasiones diferentes.

De todos ellos solemos usar unos más que otros. Hay trajes que no apeamos y hay otros que jamás nos ponemos, y están allí repudiados en nuestro fondo de armario. A los que solemos ponernos los denominamos “mi personalidad”, “yo” . Nos ceñimos a esos y nos identificamos con ellos y lo hacemos a lo largo del tiempo, hasta que llega un día que pensamos que somos solo eso, ese traje que llevamos puesto, y no podemos concebirnos de ningún otro modo. Cuando esto sucede perdemos libertad y amplitud de miras.

Por muy bonito que sea un vestido de tirantes, no es lo más adecuado para ir a la nieve o para nadar en el mar. Así , cuando nos identificamos con un modo de ser y creemos que solo somos eso o así, nos volvemos rígidos y vemos las cosas desde un punto de vista pobre y muy limitado. Esto condiciona mucho nuestra calidad de vida.

La vida no es algo estático, la vida es movimiento continuo, cambio constante e impermanencia. Cualquier intento por nuestra parte de detener eso, de negarlo, de pretender hacerlo rígido o permanente, solo puede traernos sufrimiento y dolor

En el proceso de terapia tienes la oportunidad de conocer cuáles son esos yoes con los que te identificas. Esos que protegen tu vulnerabilidad y te han servido seguro para llegar donde has llegado. Al mismo tiempo tienes la oportunidad de conocer muchos de los yoes, voces, o patrones energéticos que, aun estando a tu disposición, nunca han sido permitidos por ti, escuchados y valorados y poder así crear una armonía interna entre las distintas energías que viven en ti. El hecho de ampliar  nuestra experiencia del yo puede devolvernos la flexibilidad y los recursos que tantas veces buscamos por ahí fuera.

Para hacer esto es importante cultivar una parte consciente que empiece a dirigir con un criterio más amplio la escena y a sus personajes. Pero, por encima de todo, quizá lo más importantes es no desconectarnos de nuestra vulnerabilidad, ya que ese es el verdadero tesoro de nuestro ser. La personalidad, nuestros modos de ser, son importantes y necesarios. Pero el contacto con la vulnerabilidad,  es lo que realmente mantiene nuestra capacidad de conexión viva, nuestra capacidad de amar y profundizar en cualquier relación, ya sea con otros o con nosotros mismos.

Quizá la idea de librarse del yo sea más bien un ideal. Pero la idea de hacer nuestro yo más amplio y flexible nos libera en gran medida y nos aporta la capacidad de ser plenamente en los distintos y cambiantes momentos de la vida

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